jueves, 20 de julio de 2017

A favor del ciclismo, pero resistiéndome.

En los inicios del deporte español era imposible resistirse a los avances que en materia deportiva se estaban realizando. El sport, servía para hacer amigos, relacionarse, vivir de manera sana, respetar valores como la camaradería, el juego límpio. Pero siempre había resistentes. La llegada de estas sanas costumbres eran para un sector de la sociedad peligrosas, restaban seguidores, e incluso se enfrentaban a prácticas como el toreo. Los footballistas o velocipedistas eran insultados o apedreados por practicar aquello que les gustaba o simplemente por portar su indumentaria deportiva. Para la Iglesia o los partidos políticos también eran considerados como peligrosos, pues estas prácticas hacían que el número de sus seguidores menguase. En fin, que os voy a contar que ya no sepamos.
De esta manera, había periodistas que aún escribiendo en publicaciones sportivas no dejaban pasar la ocasión de sacar la patita. Como ejemplo, traigo hoy un artículo publicado el 1 de enero de 1893 por Enrique Sepúlveda en las páginas del quincenal madrileño Crónica del Sport, titulado Velocipedistas.
En primer lugar cita a la Sociedad de Velocipedistas de Madrid como novísima y flamante, escribiendo sobre la práctica velocipedística que, en compañía de otros sportman no afiliados, realizaban tanto en invierno como en verano en la zona que rodea a la Estufa del Parque del Retiro.


Para comenzar, le parecía digno de encomio que los velocipedistas no solo entrenasen cuando tenían carreras, sino que también lo hacían el resto del año, no como los profesionalizados jockeys del hipódromo, que solo lo hacían en época de carreras. Incluso le asombra que para cualquier actividad, aunque sea lúdica, y vestidos de gala, los velocipedistas hagan uso de su máquina.
A partir de aquí, las flores se tornan lanzas. Le parece que la afición al velocípedo es en extremo exagerada e incluso opina que le parece ridículo montar en bici sin hacerlo con la ropa adecuada. Es decir, la máquina está para usarla en el velódromo pero aparenta ser ridícula, y el velocipedista más, cuando su uso es en  la calle. Le parece mal al articulista que una práctica deportiva que debe realizarse en su ámbito prolifere de tal manera en los jóvenes que invadan las calles a cualquier hora imitando a los campeones, creando con ello hilaridad o estupefacción, por no hablar de situaciones peligrosas, que estos jóvenes ocasionan. Pero le parece más gravísimo aún cuando los que realizan estas impericias son hombres provectos y metidos en carnes.
Por último, descubrimos que Enrique Sepúlveda es seguidor y defensor de la equitación, según él  deporte más que perjudicado por la práctica ciclista, la cual destronará a la práctica equina. Y aquí dice que con esto no transijo; y en mi sentir, ni bajo el punto de vista cómodo y estéticoy agradable, puede compararse una cosa con otra. Podrá objetarse que se corre más en velocípedo que a caballo; pero esta razón no basta para justificar el olvido en que vamos dejando a los caballos para reemplazarlos con los velocípedos.
Lo que hay en esto, como en todo, es una cuestión de moda y de rutina; lo que hay es que hasta en esto corremos ciegamente a extranjerizarnos.
Por lo demás, digan francamente las personas de buen gusto si hay comparación posible en tre la figura gallarda de un jinete que cabalga en airoso caballo, y la del velocipedista, que, aún siendo pollo adolescente, parece anciano octogenario, cargado de años y de achaques, al verlo encorvado y retorcido para poder dar impulso al vehículo.
Y para finalizar, las ideas conservadoras del autor salen a flote. No hay comparación entre una máquina llegada del extranjero con un purasangre español. Él supone que todos los purasangre son españoles. No hay comparación con una práctica llegada del extranjero con una tan española como la equitación. Nuevamente el Sol gira alrededor de la Tierra.
Y como las dos cosas son compatibles cuando las exageraciones impremeditadas no levantan una y derrumban otra, vaya un aplauso a la Sociedad de Velocipedistas por los triunfos que vienen cosechando, y un ruego a los nostálgicos del velocípedo, para que no olviden la equitación, ejercicio más difícil, más varonil, y sobre todo, más español que ese otro.
Todo un resistente don Enrique Sepúlveda, conocido escritor y periodista de la época.

Por Javier Bravo

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